Me gusta David Bowie. Mucho, de hecho. Reverencio alguno de sus discos aunque no soy un fan fatal y no me duelen prendas en reconocer que su etapa americana resulta bastante indigesta y que afirmarr que su “trilogía berlinesa” es lo máximo, es una expresión mucho más posturil que real. Aunque adore su música nunca me hubiese comprado un libro como El Club de Lectura de David Bowie, escrito por John O’Connell, ya que huele claramente a expolio de su nombre, pero, pero, pero, resulta que me lo regalaron y claro, la edición de Bookie Books es, como de costumbre, irresistible y no tardé demasiado en leerlo.
En marzo de 2013 se inauguró en Londres la exposición David Bowie Is en el Victoria & Albert Museum. Una exposición sobre la vida y obra del artista, que contaba con multitud de cuadros, trajes, letras manuscritas y otra serie de enseres que daban a conocer a la persona que había detrás del mito y a la vez lo retroalimentaban. La expo era itinerante y después de Londres se dirigió a Ontario, donde el mismo museo publicó la lista de los 100 libros que Bowie consideraba más importante e influyentes, aunque el puñetero no explicaba el por qué de su inclusión. Cabe decir que el Duque Blanco tenía fama de ser un gran lector y que incluso, durante muchos años le acompañó una biblioteca ambulante en la que se sumergía con cierta frecuencia y, por tanto, nos creemos la lista por más que haya manifestado en muchas ocasiones que no recuerda en absoluto ciertos periodos de su vida.
El título no engaña en absoluto; El Club de la Lectura de David Bowie es la enumeración de los 100 textos elegidos en pocos menos de 300 páginas, incluyendo introducción, bibliografía y agradecimientos. Esto nos da una media de 2,5 páginas por libro en los que intenta explicar el contexto y la sinopsis del libro, en muchos casos su desenlace (spoilereando de lo lindo) y la posible relación del libro con el artista inglés.
Por qué digo intenta? Como he mencionado antes, David Bowie no dijo por qué incluía estos libros por lo que es fácil imaginar a John O’Connell intentando clasificar motivaciones. A ver, qué le gustaba al artista o qué le caracterizaba?. Lo raro, lo oculto, la ciencia ficción, también tomó drogas, la cultura beat, los antitotalitarismos (pero si hizo el saludo nazi -bueno, eso da igual-), la vida, la historia, y los muchísimos referentes que un artista tan camaleónico pudo llegar a tener durante su carrera y su vida.
La enumeración empieza hábilmente con dos títulos tan prestigiosos y llamativos como La Naranja Mecánica y El Extranjero, pero cien es una cantidad muy elevada y sí, hay casos de clara concordancia, pero hay otros muchos en que vuelve a ser fácil ver al autor sudando para encajar sus hipótesis. Se nota claramente en el uso de expresiones como: puede que el hecho; es muy probable; todo ellos asuntos que le obsesionaban; sin duda le habría parecido; es fácil imaginar: habría leído; puede que también influyera; habría disfrutado con esta red de conexiones; etcétera… Como puede verse: mucho condicional, probabilidad y una cierta sensación de atropello y falta de fundamento. Realmente hacía falta querer justificar toda la centena? Rotundamente no y, de hecho, las reseñas en que no busca relacionar el texto con el cantante son las mejores ya que no las estropea con el deux et machina.
En tiempos de consumo rápido, de permanencia efímera, de buscar el mínimo esfuerzo para demostrar conocimientos, un libro que reseña 100 obras en menos de 300 páginas es todo un acierto y, además, te introduce en un mar de conocimiento sobre el creador de Ziggy Stardust. Evidentemente esta afirmación es irónica, pero que sea su intención real es la sensación que me deja la lectura de El Club de Lectura de David Bowie de John O'Connell. Un libro totalmente superfluo y que no aporta nada más que ser un catálogo de libros más o menos interesante que se aprovecha claramente del reclamo publicitario del nombre del cantante.
David Bowie en la Wikipedia
Mientras escribía esta reseña he disfrutado y me he vuelto a sobrecoger con Blackstar, el testamento sonoro de Bowie. También me he deleitado con el novedoso e hipnótico Aspides de Índice de Inviernos así como con los guitarrazos de Moral Panic II, el novísimo EP de Nothing but Thieves.
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